En una situación de tensión, el cuerpo responde activando unos procesos muy complejos en los que intervienen numerosos órganos y moléculas energéticas. El conjunto de neurotransmisores y de hormonas que se ocupan de controlar estos mecanismos se denominan mediadores del estrés. Su misión es ayudarnos a sobrevivir.
Cuando el peligro es puntual, no excesivo -como montar en una montaña rusa o comerse una tarta de crema-, nos recuperamos bien del estrés producido. El organismo logra, en poco tiempo, volver a su estado basal -y hasta puede que nos hayamos divertido-.
El problema surge cuando estas fuerzas hormonales, nerviosas, metabólicas e inmunológicas, entre otras, se activan en exceso. Esto puede suceder por varias causas, individuales o combinadas.
A veces, por ejemplo, el evento que nos produce tensión es de tal magnitud y se generan tal cantidad de mediadores que se dañan de forma grave las estructuras internas, sobre todo, cerebrales. Es la reacción típica en experiencias traumáticas intensas, como sobrevivir a un atentado terrorista, escapar de un secuestro o resultar ileso de un accidente de tráfico en el que un familiar murió a nuestro lado.
Pero, también, puede dañarnos el estrés moderado que persiste en el tiempo. Esto ocurre cuando, día a día y durante meses o años, soportamos niveles elevados de mediadores de estrés y metabolitos que van lesionando nuestras células y minando las estructuras corporales, hasta acabar produciendo una enfermedad. Un ejemplo característico es el de una persona que tiene que cuidar durante años de un familiar enfermo de cáncer o aquejado de una grave discapacidad.